martes, 7 de agosto de 2012

Entrevista a María Elena Walsh


“En la Argentina la gente adulta tiene conductas infantiles” – 1998


Entrevista realizada por Clarín, en 1998; en la cual se destaca particularmente su preocupación e interés por los temas políticos y sociales que afectaron a nuestro país en diferentes marcos históricos.

Revista Ñ - 10/01/11
En esta entrevista a fondo realizada en 1998 con Clarín, la escritora se decía veterana, criticaba el consumismo y defendía la tecnología. Se quejaba también de la denigración del otro que empezaba a fomentar la televisión.
POR DANIEL ULANOVSKY SACK. Nota de archivo.

El opaco chirrido de un ascensor puede despertar asociaciones extrañas. En este caso dispara el recuerdo del cronista que se prepara para la entrevista y empieza a tararear esa canción de María Elena… cantando al sol como la cigarra / después de un año bajo la tierra…, que simboliza una historia de caídas e ilusiones. Hay ya un par de generaciones de argentinos que -cuando chicos- entonaron sus poesías y -cuando grandes- aún lo hacen pero con un agregado: discuten sus ideas sobre lo que sucede en el país. Y para María Elena, entre otras cosas, sucede una confusión: los argentinos convertimos la ensoñación de la infancia en un infantilismo de pantalones largos. Esta mujer, que se declara veterana, piensa que la acumulación desmedida de riqueza y poder aparece como la concreción grotesca de las bolsas desbordantes de oro propias de los cuentos para chicos.

¿Se acuerda cuando escribió El reino del revés donde, entre otras cosas, un ladrón es vigilante y otro es juez?

-­Uy, hace tanto! Tiene que haber sido a mediados de los 60.

¿En aquel momento pensó que sus canciones iban a actuar como testimonio de un futuro que se nos caía encima?

-No, y lo digo honestamente. Sólo me interesaba que los chicos se animaran a jugar con el lenguaje, a abordar la realidad de una manera creativa. Que gozaran de una estética de la música y de la letra. Los segundos y terceros sentidos vinieron después: es posible que a nivel inconsciente haya reflejado los problemas que se intuían en el país, pero no fue mi intención contrabandearlos en medio de la poesía. Además existe una diferencia clara: una cosa son las canciones y letras para chicos -con la lógica propia de esa edad- y otra, la infantilización del lenguaje y de las costumbres adultas.

¿Ese aniñamiento está vinculado con una sociedad que no se anima a crecer?

-Pienso que sí. En la Argentina, la gente adulta tiene conductas infantiles. Resulta patético escuchar a personas grandes hablar como tontitos, con un tono estilo da, da, da. A mí muchas veces me regalan juguetes: se los doy a hijos de amigos. Ya no tengo edad para usarlos ni quiero una casa repleta de ositos de peluche. Pero por alguna razón mucha gente se comunica mejor a través de ese tipo de actitudes infantiles; quizás así tengan la ilusión de que los problemas adultos no existen.

¿A nivel social, ¿cuáles son esas prácticas infantiles que más aparecen?

-Nos gusta desaforadamente la acumulación. Eso resulta muy típico en los chicos, que dicen: Esto es para mí, mío, que nadie lo toque. O de las historietas y cuentos donde aparecen personajes rodeados de bolsas llenas de monedas de oro. Cuando sucede entre adultos, sin embargo, vemos cómo una sola persona puede determinar el destino de muchísimos seres humanos y eso me parece mal. Creo que una sociedad madura debiera tener más espacios de intercambio, de diálogo y no ser presa del poder que se deriva de la acumulación desmedida.

¿En el discurso político también existe algo infantil? Pienso en Argentina potencia, Somos derechos y humanos, Felices Pascuas, El salariazo.

-Sí… Estas frases nos permitieron seguir creyendo en la varita mágica, pensar que las soluciones llegarían solas. Pasamos tanto tiempo con regímenes paternalistas que la gente no se dio cuenta de que era tratada como chicos. Porque esto viene de lejos. Yo me fui del país en 1953, después de la muerte de Evita, cuando todo se puso muy pesado. Me habían echado de la escuela donde daba clases por no usar el luto obligatorio, como si se pudiera obligar a sentir dolor. Y ahora, aunque me parece un poco vulgar tirarse contra el Presidente, es necesario decir que apeló a todo discurso de ensoñación infantil que tuvo a mano.

¿En qué piensa?

-Antes de ser electo fue a la Patagonia y dijo que íbamos a recuperar las Malvinas aunque debamos padecer el derramamiento de sangre. El típico discurso heroico de los cuentos para chicos. Ahora viaja a verse con la reina -que no me parece ni mal ni bien-, pero al menos ya es un discurso de la realidad, más adulto.

Veo que elige al peronismo cuando de hacer críticas se trata. ¿A usted le quedan resabios gorilas?

-No. Yo los tuve, pero se me fueron muy rápido apenas vi lo que proponía como cambio la Revolución Libertadora. Y le digo más, me parece que el peronismo tiene elementos positivos que no observo en otros partidos. Pienso en su capacidad para cambiar sobre la marcha, ver que si algo no tiene éxito se lo recompone, se lo modifica, se apela a gente distinta. Además al peronismo se lo ha acusado de no ser democrático y en algunas cosas me parece más abierto que el radicalismo.

¿Habla de lo económico?

-Me refiero al rol que dan a las mujeres. Los radicales las tienen para servir café, para un cargo menor o para hacer número en las listas. Los peronistas las absorben más democráticamente al juego político: pelean por el verdadero poder, manipulan, organizan estrategias, tienden trampas. Hacen cosas buenas y malas, como los hombres. Pero logran protagonismo.

¿Y el Frepaso?

-Es que sólo aparecen dos personas: Graciela y Chacho. No me alcanza para generalizar. No sé… les faltan propuestas concretas: me parece un poco infantil esa actitud permanente de tirarse contra el Gobierno. Pero más allá del Frepaso, hay algo que nos pasa como sociedad. En vez de hablar de problemas específicos y buscarles soluciones, pensamos en cómo lograr el gran destino faraónico del país. Creo que debemos convencernos de que somos personas de carne y hueso y de que podemos aspirar a un buen destino humano, nada más. La idea de que vamos a ser excepcionales tapó la posibilidad de ser sólo buenos, que es algo más alcanzable.

De la misma manera que existe el infantilismo, ¿también hay discursos de viejos, de recetas vencidas, sin ilusión?

-A veces pienso que en este país no hay otra cosa que discursos de viejos nostálgicos, incluso en los jóvenes. Me llama la atención, por ejemplo, la energía que pone mucha gente en denostar la tecnología. ¿Para qué? Ya llegó, está aquí, usémosla en lo que nos conviene y listo, qué tanto perder el tiempo hablando de la vieja máquina de escribir. Esta tendencia también aparece en la moda de los jóvenes de refaccionar casas viejas; vale más una antigua planta baja chorizo, llena de muebles de segunda, que un departamento nuevo.

¿Los discursos de viejo también aparecen en la política?

-Sí. Esa preocupación obsesiva por ocupar el cargo, la pelea por la cuota minúscula de poder. Deberían ser más creativos y darse cuenta de que la pelea es por solucionar los problemas. Si lo logran, van a encontrar un reconocimiento mucho más grande que un pequeño cargo. Y se los dice una veterana, que ha visto cosas.

¿Necesitamos políticos más creativos?

-Creo que les falta base cultural, haber leído libros, conocer sobre arte. Cosas que les permitan abrir la imaginación.

¿Qué pasaría, por ejemplo, si Menem, Alfonsín y Chacho Alvarez se fueran un fin de semana a un seminario donde sólo se lea El Quijote?

-No, así no sirve. Hay que mamarlo desde la cuna y hacerlo con ganas. Por eso es necesario tomarlo como una cuestión de Estado y brindárselo a los chicos que están en edad escolar.
La entrada en la pubertad

En 1979, usted escribió en Clarín una nota que hizo época: Desventuras en el País-Jardín-de-Infantes. Allí hablaba de la necesidad de acabar con la censura para que la gente pudiera crecer. Como sociedad democrática, ¿dónde nos situamos ahora? ¿En la escuela primaria, la secundaria, la universidad?

Apenas empezó la democracia, dije que habíamos pasado a primer grado. Y creo que era sólo primer grado porque había una idea ilusa de que la democracia por sí sola resolvía los problemas. Después de tanto autoritarismo, la gente no se daba cuenta de que democracia significaba compromiso, participación, trabajo. Me parece que ahora eso se empezó a ver y yo diría que nos estamos poniendo los pantalones largos, algo así como la entrada en la pubertad. De todas formas, en estos años han pasado cosas maravillosas y el hecho de que estemos aquí hablando libremente es un dato fundamental.

¿Cuáles son las deudas pendientes?

-Hay varias. Pero una me preocupa en particular: la denigración del otro, que se ve mucho en los chistes de moda en la televisión. Abundan las bromas soeces cuyo único mérito es tomarles el pelo a personas mayores o poco educadas. Y, básicamente, mostrando a la mujer como un objeto al peor estilo del viejo teatro de revistas. En la mayor parte de los programas de entretenimiento, la mujer es sólo un buen culo, mero espectáculo decorativo. Ahí hay un problema que debemos enfrentar. Por otra parte, me sigue preocupando la dosis de violencia de nuestra sociedad.

¿A qué se refiere?
-Una ve los datos sobre gente que se muere por accidentes de tránsito previsibles o por el gatillo fácil y se da cuenta de que aquí pasa algo. Hay que actuar como adultos y tomar las riendas; no podemos esperar que venga una mano salvadora.

Vuelve a aparecer la poca valoración de la vida humana aunque con un significado distinto al del pasado: quince años atrás hubiéramos hablado de los desaparecidos.

-Sí, pero siempre se trata de la facilidad para matar, que ahora ha tomado una forma distinta. Tenemos una dosis de violencia muy tremenda. Creo que es algo propio del ser humano, pero la civilización consiste en establecer normas de convivencia que la reduzcan y castiguen a quien las viole. Como sociedad todavía nos falta dar fuerza a esas normas, lograr que chicos y grandes crean en ellas. Por eso digo que recién nos estamos poniendo los pantalones largos: ahora nos toca mostrar cómo los usamos.


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